Mientras
estiraba miré el cielo, amenazaba lluvia. No se muy bien porque no me quedé esa
tarde en casa. Prácticamente no había visto a ningún
paseante por el parque, solo la chica del pantalón ajustado que pasó
como una exhalación. Estiraba los músculos con cierta parsimonia,
como si retrasase el inicio de la carrera. Una tenue luz atravesaba el frondoso
pinar dibujando claroscuros en el camino de albero, una tarde amenazante y
extrañamente hermosa.
Comencé
el recorrido con un trote cansino, con paso aburrido diría. Respirar
acompasadamente, ese era mi único objetivo, aun eran pocos días desde que
decidí retomar de nuevo la practica del footing. El parque estaba lleno de
caminos y senderos transitables para la
carrera, personalmente el que mas me gustaba era el más cercano a la
ribera. La arboleda era tan tupida que no permitía pasar al sol,
formando una especie de túnel al juntarse ramas de ambos lados del
camino. Se creaba una penumbra agradable y fresca en las tardes
tan bochornosas.
Después de
30 minutos de carrera notaba mis piernas cansadas, el aire me faltaba. Tenia
que parar. Levanté la cabeza y me puse como meta el viejo banco de madera que
estaba semioculto entre la descuidada vegetación. En un ultimo esfuerzo alcancé
el banco,, paré , me faltaba el aire, flexioné las piernas y la cintura dejando
caer mis brazos, ensanchaba mis pulmones. Durante unos instantes cerré los ojos
intentado relajar cada músculo de mi cuerpo, lo necesitaba.
Cuando
recuperé la respiración me incorporé, comencé a dar unos pasos, justo en ese
momento llamaron mi atención dos gatos que
estaban plácidamente sentados en medio del camino. Dos pequeños
gatos, parecían cachorros. Nunca me gustaron los gatos.
Me había fijado que junto a la vegetación algunas personas
depositaban restos de comida, algunos días se veía algún gato
comiendo de estos. Pensé que los animales se asustarían en la medida que
me acercara a ellos. Mi sorpresa fue mayúscula al ver que me acercaba y
los gatos no movían un solo bigote. Casi a un metro y nada, solo me
miraban fijamente con unos ojos verdes de belleza casi aterradora.
Como observaba que los gatos no se movían, opté por salirme del
camino pisando los jaramagos del borde. Mi sorpresa fue en aumento al observar
dos nuevos gatos que aparecieron de pronto y ocuparon el espacio por donde
pretendía pasar. Me detuve. Recordaba que los gatos se
asustaban fácilmente al gritarles. Así lo
hice, emití un fuerte grito abriendo los brazos. Mi piel se
erizó a la vez que gritaba, pero los gatos ni se inmutaron.
Instintivamente mire hacia el fondo del camino, esperaba ver a alguien por el
parque, pero no por pedir ayuda, sino por saber si alguien estaba observando la
escena y me había visto gritar y gesticular a unos pequeños gatos.
Afortunadamente no había nadie en las cercanías. Mi sentido
del ridículo siempre fue superlativo. Apenas me di cuenta
pero percibí que el silencio se había adueñado del parque, ni un
solo pájaro cantaba. Observé las ramas de los árboles, quietas como
fuesen esculturas. El viento detenido por completo, el silencio era
casi sepulcral. Noté que un sudor bañaba
mi rostro.
Vi como los gatos se juntaban entre ellos y se sentaban mirándome con
fijeza. No sabia que hacer. Hice el intento de salir por el otro borde del
camino. Di dos pasos rápidos lateralmente pero otros tres gatos,
estos de mayor tamaño, ocupaban ese margen del sendero. Noté como las
pulsaciones en mis sienes golpeaban como martillos, creo que si hubiese habido
alguien cerca los habría escuchado con nitidez. Pensé en
volver hacia atrás, por el camino por el que había venido. Di
media vuelta. Mi corazón estuvo a punto de estallar. El camino de
vuelta también estaba ocupado por un indeterminado número de
gatos.
No sabía como actuar. Nunca había sido apocado pero por momentos
estaba perdiendo los nervios. Comencé a tener un cierto miedo. En un
impulso irrefrenable comencé a andar en dirección a los gatos. de nuevo
un escalofrío recorría mi espalda. Detuve mis pasos en seco al
observar como los gatos se juntaban curvando su lomo y emitiendo un
maullido que ponía los pelos de punta. Recordaba de mi niñez que
ese era el comportamiento de los gatos cuando se acercaba para atacarlos, su
mayor enemigo, el perro. De nuevo me detuve en seco, comenzaba a temer por mi
integridad.
Pude vislumbrar un ramal del camino, en dirección al río. En ese
trayecto no se veía un solo gato. Tomé la determinación de
salir por ese sendero que, aunque poco transitado y lleno de hierbas
que crecían salvajemente, llevaba a la pasarela y a la salida norte
del parque. Comencé a andar, con cierta sorpresa observé como me escoltaban los
gatos. Miré hacia la arboleda, las ramas que cruzaban el camino estaba repletas
de gatos que me miraban con fijeza. Jamás había visto tantos gatos juntos. Después de
la bajada y de un primer recodo, había una papelera de madera y
sobre ella un gato negro, enorme. Si hubiese sido un pintor, de tantos como
pululaban por el parque captando bellos rincones, habría tenido
predilección por la hermosa silueta de gato negro.
Llegué a su altura, los felinos rodeaban la papelera, quedamos frente a
frente. Miré a los ojos del animal, me parecían de un color amarillo oro.
No se porque, pero el nerviosismo y el miedo
anterior habían desaparecido por completo. Una sensación de
placidez incontrolada invadió mi cuerpo, mi mente. Cerré los ojos y una
multitud de imágenes pasaban por mi cabeza. Personas hablando, niños
jugando, un hombre con un chándal rojo paseaba, una chica morena con
una camiseta verde fluorescente corriendo por el parque.
Las imágenes volaban, comenzó a dolerme la cabeza. Pero
las imágenes no cesaban, quería abrir los ojos pero las
imágenes continuaban como una vieja película. Oía unos
gritos, voces, los árboles se mecían al
viento. Veía el rostro del hombre del chándal rojo, una
cara de las que no se olvida con facilidad. De mediana edad, pelo totalmente blanco,
Desde la comisura de su boca tenia una cicatriz que bajaba hasta la barbilla,
la cicatriz daba un aspecto extraño a la boca.
La cabeza me dolía, abrí los ojos. Miré la papelera, el
gato había desaparecido. Levanté la vista y en las ramas solo dos
mirlos jugueteaban. Los gatos no estaban, como por arte de
magia habían desaparecido, no quedaba ni un solo felino en los
alrededores. Con asombro, pensé que solo se trataba de un sueño, miré
a mi alrededor, un grupo de cuatro mujeres, con un cierto escándalo,
caminaban por el sendero. Decidí volver trotando hacia el coche que estaba
justo en el borde del parque detrás del depósito de aguas. Mientras
estiraba vi nítidamente en mi mente las imágenes recientes, el rostro
del hombre de la cicatriz me martilleaba obstinadamente.
Mientras tomaba una ducha la cabeza no dejaba de repetir imágenes de
gatos. Parecían tan reales. Dejé que el agua caliente corriese por mi
piel, siempre me relajaba sentir ese calor. Salí de la ducha y apenas me
acordaba de los gatos cuando sonó el teléfono, era Marina.
- Hola.
-
Hola Julio, mañana tengo un hueco y voy al parque a correr un rato. ¿Te
apuntas?
-
Sin problema, salgo del trabajo a las cinco, nos vemos a las seis en el
aparcamiento de la piscina. ¿Te parece?
-
Perfecto, tenemos una hora de luz. Te dejo mañana nos vemos.
Colgué el teléfono y me dispuse a cenar algo. No tenia demasiada hambre, estaba
cansado. Después de cenar me quedé dormido el sofá. No se cuanto tiempo había
pasado cuando me desperté sobresaltado. Sudaba copiosamente. Había tenido una
pesadilla, en ella aparecía la chica con camiseta verde
fluorescente que me miraba con terror. En un instante golpeaba a la chica
con furia. La sangre comenzó a empapar la camiseta verde.
Adormilado me dirigí a la cocina y tome un vaso de agua, tenía la garganta
seca y el cuerpo sudoroso. Me metí en la cama y quedé dormido
profundamente.
Al día siguiente no recordaba apenas la pesadilla. A las seis esperaba a Marina
en el aparcamiento. Estiraba los músculos con una cierta apatía cuando vi
llegar a la chica de mis sueños, y digo de mis sueños porque solo en sueños la
tendría. Me consideraba un buen amigo y nada más. Hacia tiempo que estaba
enamorado de ella pero Marina solo sentía un buen aprecio por mí, como amigo.
- Hola Julio, veo que ya has estirado, dame tres minutos y empezamos, dijo
Marina mientas besaba mi mejilla.
-
No hay problema.
Note la calidez de su mejilla. La miré de reojo mientras estiraba, tenia un
cuerpo precioso. Empezamos a trotar suavemente y fuimos acelerando el ritmo en
la medida que avanzábamos al interior del parque. Charlábamos con frases cortas
y algunos monosílabos. Cuando llevábamos mas de 45 minutos de carrera y
llegamos al final del recorrido marcado me di cuenta que el parque estaba muy
concurrido. Miré a ambos lados del camino buscando los gatos del día anterior. No
había un solo gato en el recorrido. Pensé que todo formaba parte de la
pesadilla de la noche anterior. Mi cabeza jugaba con mi realidad.
Aquella noche cené con Marina en la pizzería de la calle de atrás de casa.
Mientras cenábamos y hablábamos animadamente me hice ilusiones y pensé que
Marina querría subir a tomar una ultima copa y quizás….. Nada más lejos de la
realidad. Al salir de la pizzería me dio un beso en la mejilla y se despidió
diciendo que me llamaría. Decepcionado por enésima vez tomé el camino de vuelta
por el callejón que daba a espaldas de la entrada del palacio de la Marquesa de
Entrerrios. La calle estaba muy oscura solo una farola iluminaba tenuemente el
recorrido. Justo a la altura de la farola observé un pequeño movimiento. Un
pequeño gato blanco se acercó a mí. Se paró en medio de la calle maullando débilmente.
-
Pobre gatito, ¿Que te ocurre?
Me
agaché y cogí al animal en mis brazos, nunca me gustaron los gatos, pero tan
pequeños siempre me inspiraron ternura. De pequeño me encantaba ver como
perseguían una simple cuerda cuando la arrastrabas por el suelo.
Cuando
levanté la vista hacia la calle y en la oscuridad pude apreciar un enorme gato
negro. Diría que era el mismo gato del parque, el que me atormentaba en mis
pesadillas. Mi piel se erizó de inmediato. Un escalofrío recorrió mis brazos y
piernas. El gato miraba mis ojos con fijeza. De nuevo por mi mente comenzaron a
pasar imágenes del parque. Veía nítidamente al hombre del chándal rojo y
pelo blanco, corría por el camino de la ribera y miraba hacia atrás de vez en
cuando. La puerta del viejo molino estaba roja, me acerqué, toque la puerta y
mis manos se llenaban de sangre. Intentaba limpiarme la sangre pero esta no se
iba. Mis pantalones de deporte y mi camiseta estaban completamente manchados de
sangre. Todo en mi mente se tornaba rojo.
Abrí
los ojos. En mis manos estaba el pequeño gato que maullaba dulcemente. Miré a mí
alrededor. Ni rastro del gato negro. El gatito, inesperadamente, hizo un
movimiento brusco y saltó de mis manos al suelo desapareciendo en la oscuridad
tal y como apareció. Volví a casa e intente leer un rato. La imagen de la
puerta del molino ensangrentada se repetía una y otra vez. Con un fuerte dolor
de cabeza dejé aun lado el libro y me metí en la cama, aunque me costó al
final caí vencido. Durante la noche el sueño del parque se repetía
machaconamente.
A
la mañana siguiente desperté de nuevo empapado de sudor. En la ducha recordaba
nítidamente el sueño. Preparé tostadas y un buen café cargado, lo necesitaba.
Puse la televisión y justo en ese momento estaban emitiendo noticias a través
de un cartel que aparecía en pantalla.
<
Así pues se ruega que si alguien dispone de alguna información al respecto se pongan en
contacto con la Policía, Teléfono 091 >
De
repente el vaso del café cayó de mis manos derramando el negro líquido en la
mesa. Junto con el cartel se veían imágenes de la puerta del molino que
aparecía en mis sueños. Dos policías sacaban
una camilla cubierta por una sabana. De repente cambiaron la noticia.
Frenéticamente comencé a cambiar de canal buscando si la noticia estaba en otra
cadena. Nada solo había programas de entretenimiento y publicidad. Cogí el
portátil y me conecté a Internet. No había ninguna noticia al respecto. Decidí
entrar en el portal de la policía. Allí estaba la petición de colaboración
ciudadana.
Los
hechos habían ocurrido en el parque donde corría cada tarde. Una mujer de unos
27 años había aparecido muerta en el interior de uno de los molinos que
jalonaban el río. Describían su indumentaria, la cual coincidía con la camiseta verde fluorescente
de la chica del sueño. Había sido violada y posteriormente golpeada con saña
con la rama de un árbol. Su cara estaba destrozada, irreconocible.
En
estado de shock, las imágenes de mis pesadillas
recientes pasaron nítidas por mi
mente. Decidí ponerme en contacto con la policía, aunque no sabía muy bien que
contarles.
-
Policía, dígame.
-
Buenos días, no
se por donde comenzar, es en relación a la noticia de la chica muerta en el
parque.
A
continuación relaté al policía, telefónicamente, mis visiones y pesadillas
recientes. Notaba incredulidad en mi interlocutor y lo más importante es que a
mi mismo me costaba entender lo que estaba contando. Incluso llegué a ponerme
en el lugar del Policía, si a mi alguien me cuenta esa historia de sueños, le mandaría
a la mierda de inmediato. Sin embargo mi interlocutor muy amablemente me
escuchó, formuló algunas preguntas con relación al hombre del chándal rojo de
mis sueños. Al final me dio las gracias por la llamada. Quedé desazonado
después de la llamada. Joder igual me precipité. Sentía una cierta vergüenza
por contar mis pesadillas. La situación me parecía ridícula.
Curiosamente
a partir de ese instante las pesadillas y visiones del parque desaparecieron. En
los siguientes días estuve tan ocupado en el trabajo que no pude salir a correr
al parque. Marina me llamó un par de veces, me disculpé por la carga de trabajo, aunque la verdad sentía una cierta
pereza y quizás un poco de miedo de pasar cerca del molino devolviese las pesadillas a mi cabeza.
Ocho
días después del asesinato del parque cenaba con Marina en la Terraza de Julio, el
tiempo acompañaba. Julio había instalado un televisor para ver la final del
Mundial de fútbol. Nosotros charlábamos animadamente, Marina se reía de mí
cuando le conté mi llamada a la Policía.
-
Joder que valor,
contar una pesadilla.
Entre
risas dimos cuenta de la cena, observamos que la gente se levantaba de sus
asientos. El partido llegaba al intermedio. Mi mirada se centró en la pantalla.
Mi cara quedó blanca como la pared, Marina lo notó y me preguntó.
-
Te pasa algo,
parece que has visto al diablo.
-
No te lo vas a
creer, acabo de ver al hombre de mis pesadillas, el del chándal rojo.
-
Julio por favor
puedes subir el volumen- Dije en voz alta.
< La policía informa de la detención de un
sospechoso en relación al crimen del parque. El sospechoso es vecino de la victima. En su domicilio se han encontrado restos biológicos de la chica.
Se informa que la policía ha obtenido su confesión, asimismo se informa que la rápida
resolución del caso ha sido posible gracias a una llamada telefónica. La chica una ferviente
defensora de los animales pasaba por el parque todas las tardes para llevar
comida a la colonia de gatos que viven en el parque, momento que el detenido la
asaltó violándola y causando su muerte
con la rama de un árbol. La policía agradece la colaboración ciudadana.>
Marina me miraba con los ojos muy abiertos, la
sorpresa nos sobrepasaba a ambos. En ese momento ambos vimos un enorme gato
negro que cruzaba la calle con parsimonia. Maullaba suavemente.