Cuando encontré aquel
cuadro en el desván de tía Morgana, decidí que me lo llevaría a casa, mi
madre siempre me dijo que su hermana había sido una persona muy especial.
Abandonó su casa a los veinte años marchándose a vivir con un pintor, quince
años mayor que ella, del que se enamoró locamente y al que la familia jamás
conoció.
No supimos mucho de ella, solo a través de algunas cartas muy espaciadas en el tiempo
que tía Morgana mandaba en secreto a mi madre. Por ellas pudimos conocer que era muy feliz. Vivía en algún lugar de
la Bretaña francesa, junto a un hombre maravilloso. Mi madre lloraba en
silencio cuando leía las cartas junto a la ventana. Cada tarde si no estaba muy
ocupada leía y releía aquellas amarillentas cartas manchadas por alguna
lágrima. Cuando acababa me miraba con esos ojos que solo una madre podía poner
a una hija de tan corta edad, algunas veces empezaba a hablarme, casi en
susurros:
-
Candice, hija mía solo rezo para que algún día cuando seas mayor puedas
ser tan feliz como tía Morgana indica en sus cartas. Que encuentres ese hombre
que te haga la mujer más especial de su universo. Cuando seas mayor toma las
decisiones que tu corazón te dicte, yo jamás lo hice por respeto a tus
abuelos.....
Pasaron los años y las cartas de tía Morgana dejaron
de llega. Mama, echaba la culpa a la maldita guerra y a la ocupación nazi, pero
la guerra acabó y las cartas seguían sin llegar. Cada día mi madre, envejecida
por los años y los tiempos vividos, derramaba alguna lágrima.
Aquella tarde de primavera en la que celebrábamos mi
veintiún cumpleaños, llegó aquella carta con sello francés, a mamá se le
iluminó la cara. Abrió con un ligero temblor la carta y comenzó a leerla, su
cara iba cambiando a medida que avanzaba en la lectura. Muy pálida dio un paso hacia atrás y se apoyó en
el sillón, llorando en silencio como siempre lo había hecho. Rápidamente tomé
la carta de sus manos y mientras mi hermano Benjamín la atendía pude leer que
la carta la remitía un tal Josep Berger, albacea testamentario. En ella
comunicaba que el 14 de mayo, mama debería estar en Nantes para leer el
testamento de tía Morgana.
Unos días después de la apertura del testamento, mi
madre, Benjamín y yo, acompañados por el albacea nos encontrábamos frente a una enorme casona a las afueras de
Saint Malo.
- Sra.
Pick, esta es la casa que su hermana legó en el testamento.
Algo deteriorada, pero con un aspecto señorial,
quizás decadente pero tan impresionante
que no nos dejó impasibles a ninguno. Su interior era fiel
reflejo del aspecto exterior. El polvo y
algunas sabanas que cubrían los muebles
le conferían un aspecto algo tétrico. fue entonces cuando mi hermano abrió una
de las grandes cortinas y la luz inundó la estancia. El aspecto del salón
cambió por completo, hermosas pinturas colgaban de las paredes y la imagen a
través del ventanal de los acantilados y el mar al fondo, cautivó mis sentidos.
- Qué
hermoso paisaje, musité casi imperceptiblemente.
Mientras mi madre hablaba de algunos detalles con el
albacea, mi hermano y yo, como potros
salvajes que durante mucho tiempo hubiesen estado encerrados, nos
dedicamos a recorrer todas y cada una de las estancias de aquella magnifica
mansión.
Fue en el desván precisamente donde aquel cuadro
llamó poderosamente mi atención. Tal era mi entusiasmo que le pedí a mama
llevarlo a Londres conmigo, petición a la que mi madre accedió.
A nuestra vuelta instalé el cuadro en mi cuarto,
sobre un caballete de pintor frente a mi
cama. La imagen era la de un hombre moreno de piel, con pelo y
frondosas patillas blanqueadas
por canas. Su edad me parecía indeterminada, por sus canas aparentaba mas
edad, pero su rostro, ese hermoso rostro me atraía. Llegué a desear que fuese
el retrato del pintor, amante de mi tía Morgana. Imaginé mil historias de amor
y soñaba ser la protagonista. Cuando me
despertaba por la noche parecía
que el retrato posaba sus ojos sobre mi. Durante un tiempo me atraía el cuadro
de forma obsesiva . Sobre todo me obsesionaban las dos letras que a modo de
firma se podían apreciar nítidamente “R.N.”, Llegaban a intrigarme tanto que a
veces perdía la noción del tiempo.
Tanto llegó a obsesionarme la penetrante mirada de
ojos negros que una noche desperté sobresaltada y lo primero que vi fueron los
ojos del retrato que me observaban. Un
escalofrío recorrió mi cuerpo, tenia
miedo, el cuadro me atemorizaba. Instintivamente tapé el cuadro con una pequeña
colcha. A la mañana siguiente sin decir nada a nadie subí el retrato al desván.
Pasaron varios
años en los que pude terminar mi licenciatura de Filología. Mi hermano Benjamín se embarcó
como segundo oficial del Queen Mary. Mi madre cada día mas deteriorada en su
salud vivía en los recuerdos y vivencias de su hermana Morgana. Esos fueron los
años en los que conocí a Ross, el hombre
de mis sueños. Desde el día en que le
conocí supe que seria el hombre con el que compartiría el resto de mi vida. Una
mañana del mes de marzo, estando en casa, Ross se presentó de improviso.
-
Candice, tengo que darte una noticia, en julio he de marcharme a Francia, me han ofrecido un
trabajo en la Universidad de Nantes en el proyecto de reconstrucción de Saint
Michel. Es la oportunidad de mi vida y no quiero rechazarlo pero no quiero ir
solo, quiero pedirte que te vengas ,
cásate conmigo…
No daba crédito a lo que escuchaba mi corazón
palpitaba, deseaba, quería. Sin pensarlo, instintivamente me lance a sus
brazos, besándolo con pasión.
- Si,
si, Ross, creí que nunca me lo pedirías.
A partir de ese día comenzamos los preparativos, mi
madre era la mas ilusionada, en cierta forma deseaba que su hija tuviese todo
aquello que ella no pudo tener. Aquella tarde le pedí a Ross que subiese al
desván para buscar los baúles para el viaje.
Transcurridos unos minutos, Ross, bajó del desván
cargado con dos enormes baúles y con una sonrisa de oreja a oreja.
-
Candice, que callado te lo tenias, me gusta el cuadro es precioso.
No se si Ross apreció en mi cara la mayúscula sorpresa por su palabras
solo pude decir.
- El
cuadro, el desván…….. Dios mío …..
Subí las escaleras creo que de dos en dos.., Al
llegar al desván habitué mis ojos a la escasa luz que entraba por la claraboya
del techo. Vi la pequeña colcha de colores a los pies del caballete, elevé la
mirada hacia el retrato, mi sorpresa no tenia limites, mire las iniciales, allí
estaban “R.N,”, ¿Ross Newman?, no podía ser.
-
Querida, que carrera, me dijo Ross, que se puso junto a mi, ambos frente al
retrato.
- Es
fantástico, como has podido mantener en secreto este retrato, el pintor debe de
ser muy bueno porque creo que me ha retratado muy fielmente.
Yo no sabia que decir, no sabia que pensar. El cuadro
había cambiado total y absolutamente Solo me venia a la mente tía Morgana.