jueves, 29 de marzo de 2012

El Lienzo




  José A. Pastor  
Cuando encontré aquel  cuadro en el desván de tía Morgana, decidí que me lo llevaría a casa, mi madre siempre me dijo que su hermana había sido una persona muy especial. Abandonó su casa a los veinte años marchándose a vivir con un pintor, quince años mayor que ella, del que se enamoró locamente y al que la familia jamás conoció.

No supimos mucho de ella, solo a través de  algunas cartas muy espaciadas en el tiempo que tía Morgana mandaba en secreto a mi madre. Por ellas pudimos conocer   que era muy feliz. Vivía en algún lugar de la Bretaña francesa, junto a un hombre maravilloso. Mi madre lloraba en silencio cuando leía las cartas junto a la ventana. Cada tarde si no estaba muy ocupada leía y releía aquellas amarillentas cartas manchadas por alguna lágrima. Cuando acababa me miraba con esos ojos que solo una madre podía poner a una hija de tan corta edad, algunas veces empezaba a hablarme, casi en susurros:

-         Candice, hija mía solo rezo para que algún día cuando seas mayor puedas ser tan feliz como tía Morgana indica en sus cartas. Que encuentres ese hombre que te haga la mujer más especial de su universo. Cuando seas mayor toma las decisiones que tu corazón te dicte, yo jamás lo hice por respeto a tus abuelos.....

Pasaron los años y las cartas de tía Morgana dejaron de llega. Mama, echaba la culpa a la maldita guerra y a la ocupación nazi, pero la guerra acabó y las cartas seguían sin llegar. Cada día mi madre, envejecida por los años y los tiempos vividos, derramaba alguna lágrima.

Aquella tarde de primavera en la que celebrábamos mi veintiún cumpleaños, llegó aquella carta con sello francés, a mamá se le iluminó la cara. Abrió con un ligero temblor la carta y comenzó a leerla, su cara iba cambiando a medida que avanzaba en la lectura. Muy  pálida dio un paso hacia atrás y se apoyó en el sillón, llorando en silencio como siempre lo había hecho. Rápidamente tomé la carta de sus manos y mientras mi hermano Benjamín la atendía pude leer que la carta la remitía un tal Josep Berger, albacea testamentario. En ella comunicaba que el 14 de mayo, mama debería estar en Nantes para leer el testamento de tía Morgana.

Unos días después de la apertura del testamento, mi madre, Benjamín y yo, acompañados por el albacea nos encontrábamos  frente a una enorme casona a las afueras de Saint Malo.

-         Sra. Pick, esta es la casa que su hermana legó en el testamento.

Algo deteriorada, pero con un aspecto señorial, quizás  decadente pero tan impresionante que  no nos dejó  impasibles a ninguno. Su interior era fiel reflejo del aspecto exterior.  El polvo y algunas sabanas que cubrían  los muebles le conferían un aspecto algo tétrico. fue entonces cuando mi hermano abrió una de las grandes cortinas y la luz inundó la estancia. El aspecto del salón cambió por completo, hermosas pinturas colgaban de las paredes y la imagen a través del ventanal de los acantilados y el mar al fondo, cautivó mis sentidos.

-         Qué hermoso paisaje, musité casi imperceptiblemente.

Mientras mi madre hablaba de algunos detalles con el albacea, mi hermano y yo, como potros  salvajes que durante mucho tiempo hubiesen estado encerrados, nos dedicamos a recorrer todas y cada una de las estancias de aquella magnifica mansión.

Fue en el desván precisamente donde aquel cuadro llamó poderosamente mi atención. Tal era mi entusiasmo que le pedí a mama llevarlo a Londres conmigo, petición a la que mi madre accedió.

A nuestra vuelta instalé el cuadro en mi cuarto, sobre un caballete de pintor  frente a mi cama. La imagen  era la de un hombre  moreno de piel, con  pelo y  frondosas  patillas blanqueadas por canas.  Su edad me parecía  indeterminada, por sus canas aparentaba mas edad, pero su rostro, ese hermoso rostro me atraía. Llegué a desear que fuese el retrato del pintor, amante de mi tía Morgana. Imaginé mil historias de amor y soñaba ser la protagonista. Cuando me  despertaba por la noche  parecía que el retrato posaba sus ojos sobre mi. Durante un tiempo me atraía el cuadro de forma obsesiva . Sobre todo me obsesionaban las dos letras que a modo de firma se podían apreciar nítidamente “R.N.”, Llegaban a intrigarme tanto que a veces perdía la noción del tiempo.

Tanto llegó a obsesionarme la penetrante mirada de ojos negros que una noche desperté sobresaltada y lo primero que vi fueron los ojos del retrato que me observaban.  Un escalofrío recorrió  mi cuerpo, tenia miedo, el cuadro me atemorizaba. Instintivamente tapé el cuadro con una pequeña colcha. A la mañana siguiente sin decir nada a nadie subí el retrato al desván.

Pasaron  varios años en los que pude terminar mi licenciatura de  Filología. Mi hermano Benjamín se embarcó como segundo oficial del Queen Mary. Mi madre cada día mas deteriorada en su salud vivía en los recuerdos y vivencias de su hermana Morgana. Esos fueron los años  en los que conocí a Ross, el hombre de mis sueños. Desde el  día en que le conocí supe que seria el hombre con el que compartiría el resto de mi vida. Una mañana del mes de marzo, estando en casa, Ross se presentó de improviso.

-         Candice, tengo que darte una noticia, en julio he de  marcharme a Francia, me han ofrecido un trabajo en la Universidad de Nantes en el proyecto de reconstrucción de Saint Michel. Es la oportunidad de mi vida y no quiero rechazarlo pero no quiero ir solo,  quiero pedirte que te vengas , cásate conmigo…

No daba crédito a lo que escuchaba mi corazón palpitaba, deseaba, quería. Sin pensarlo, instintivamente me lance a sus brazos, besándolo con pasión.

-         Si, si, Ross, creí que nunca me lo pedirías.

A partir de ese día comenzamos los preparativos, mi madre era la mas ilusionada, en cierta forma deseaba que su hija tuviese todo aquello que ella no pudo tener. Aquella tarde le pedí a Ross que subiese al desván para buscar los baúles para el viaje.

Transcurridos unos minutos, Ross, bajó del desván cargado con dos enormes baúles y con una sonrisa de oreja a oreja.

-         Candice, que callado te lo tenias, me gusta el cuadro es precioso.

No se si Ross apreció en  mi cara la mayúscula sorpresa por su palabras solo pude decir.

-         El cuadro, el desván…….. Dios mío …..

Subí las escaleras creo que de dos en dos.., Al llegar al desván habitué mis ojos a la escasa luz que entraba por la claraboya del techo. Vi la pequeña colcha de colores a los pies del caballete, elevé la mirada hacia el retrato, mi sorpresa no tenia limites, mire las iniciales, allí estaban “R.N,”, ¿Ross Newman?, no podía ser.

-         Querida, que carrera, me dijo Ross, que se puso junto a mi, ambos  frente al  retrato.

-         Es fantástico, como has podido mantener en secreto este retrato, el pintor debe de ser muy bueno porque creo que me ha retratado muy fielmente.


Yo no sabia que decir, no sabia que pensar. El cuadro había cambiado total y absolutamente Solo me venia a la mente tía Morgana.





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